sábado, 27 de abril de 2019

BLANCO DE TIRO




Sabemos cuánto cuenta la imagen en la tecno-sociedad actual, y más aúnen periodo electoral. Pero lo que no sabemos todavía es ver objetivamente las imágenes. Como dijo John Berger, lo que vemos y lo que miramos casi nunca se corresponde. Dicho de otro modo, vemos lo que creemos (o queremos) ver. Vemos cada tarde el sol descender y ocultarse tras la línea del horizonte a pesar de que sabemos que el sol no se mueve, sino la Tierra y nosotros con ella.
Miramos el rostro de un político en un cartel electoral y vemos lo que esa persona es capaz de hacer por nosotros o para nosotros en el presente,
sin recordar su historial de acciones y de omisiones y sin recapacitar en lo que él conseguirá de nosotros a cambio.
Leemos, en los carteles que ahora inundan nuestra ciudad, frases como“Vamos”, sin preguntarnos quiénes van, creyendo ingenuamente que nosotros estamos incluidos en esa primera persona del plural de un verbo que en realidad no es un verbo, sino la imagen de un verbo.
Tampoco nos preguntamos, cuando vemos en aquel otro cartel el eslogan “Valor seguro”, qué significan realmente esas palabras reconfortantes. ¿Se está hablando en términos de ética o de economía? Creemos, ingenuamente, entender el significado de la palabra “seguro”, y pensamos, aunque en ninguna parte está especificado, que sea lo que sea ese “valor” será seguro para nosotros como observadores y no para el señor que aparece en la imagen.
La imagen de un cazador aguerrido con su escopeta en ristre nos hace posicionarnos del lado del hombre, sin darnos cuenta de que, como observadores, estamos tan desarmados como el animal. No vemos que nosotros mismos podemos ser el blanco de tiro.

Juan Manuel López Muñoz

martes, 16 de abril de 2019

NOTRE DAME



El incendio que destruyó ayer gran parte de la catedral de Notre Dame de París nos recuerda la fugacidad de las cosas, incluso de aquellas que creemos más estables. A poco que nos descuidemos se destruye nuestra memoria igual que se desvanecen los ideales, con un último suspiro, para bien y para mal.
Aprovecho para traer aquí una balada del poeta François Villon, nacido en París en torno a 1431, contemporáneo de nuestro Jorge Manrique. Lo que sigue es una traducción mía, un poco retocada para darle un estilo más actual. Se la dedico al gallo que observaba la vanidad humana desde su atalaya en la punta de la aguja hoy desaparecida. Ese gallo contenía al parecer tres reliquias, una espina de la corona de cristo y dos fragmentos de los restos de San Dionisio y de Santa Genoveva, a modo de pararrayos espiritual.
La ballada decía así:
Incluso el papa, con su santa estola, muere como aquel siervo, exhalando un último suspiro. El viento se lo llevó.
También al Emperador de Constantinopla, con su pulsera de oro, y a aquellos reyes y gente noble que, para honrar la grandeza divina hicieron construir catedrales, iglesias y conventos, por muy honrados que fueron en sus días, el viento se los llevó. A los ricos señores, a sus hijos mayores y a sus amigos, por mucho y muy bien que llenaron sus bocas, el viento se los llevó. Los príncipes están destinados a la muerte, igual que todos los que un día vivieron; les gustase o no, el viento se los llevó.

Juan Manuel López Muñoz

domingo, 7 de abril de 2019

VIENTO DE LEVANTE


EL ESPECULADOR




Esta ilustración de Miguel Parra muestra una escena de la vida cotidiana de un especulador, con todos los atributos de esa clase social minoritaria que acumula formas de poder y que exhibe sin complejos su inmoralidad. 
En la imagen vemos que, sobre una nariz larga de mentiroso compulsivo, el especulador tiene distintos rostros preconstruidos, cada uno especializado en la consecución de un determinado fin. Es una figura solitaria conectada a través su smartphone de última generación con otras figuras solitarias con las que comparte hábitos semejantes, tales como beber café para mantenerse permanentemente vigilantes desde su atalaya.
El gesto de sus manos muestra la ambigüedad de una actividad profesional basada en el conflicto entre la avaricia y el ahorro. 
El especulador no cree que su actividad esté destinada a satisfacer intereses deshonestos o egoístas, sino que, al contrario, gracias a los riesgos que él asume, la máquina capitalista continúa generando riqueza, evitando la recesión y las consiguientes miserias. Él sabe que hay especuladores tramposos, pero tiene la convicción de que son casos aislados. Digan lo que digan la gente ignorante y los medios manipuladores, la economía mundial no es un casino; su trabajo se basa en acuerdos transparentes obtenidos tras diálogos y negociaciones con los restantes actores del mercado, en un clima de confianza mutua.
De hecho, el especulador cree que presta un servicio muy valioso a toda la economía, sobre todo en tiempos de crisis económica como los actuales, cuando hay más vendedores que compradores. Él no piensa que su actividad pueda poner en peligro un país o incluso el mundo entero.
Por otra parte, el especulador sabe que hay gente pobre, pero se extraña mucho y cree que tal vez sea por pereza, pues piensa que cualquier buena persona que haya podido ahorrar algo de dinero puede ponerlo en el mercado de valores y conseguir que este aumente. Claro que el especulador ignora que ahorrar es un verbo que casi nadie consigue conjugar en primera persona, por mucho que estudie y que lo intente cada día.
Juan Manuel López Muñoz