Autor: Juan Carlos González García
Ilustración: Miguel Parra
Cada segundo, cuando las certidumbres se derrumban, aparece ese instinto creador que recupera lo perdido y adormece los dolores.
Cada segundo, cuando las dudas se esconden, aburridas de esperar, brota la traidora racionalidad que nos distingue de las piedras.
Cada segundo, cuando los sentidos se ofuscan, nace el noble deseo de construir otro universo con una caja de cartón.
Lo que sabe la física y la biología no nos sorprende ni intimida. Como seres materiales, formamos parte de un continuo de espacio y tiempo. Somos partículas, átomos, energía. Somos estructuras vivas que retienen por un instante el caos y la dispersión. Todo tiende al desorden, a enfriarse, a diluirse. Y la filosofía, junto con las religiones, recurre a las metáforas para dibujar este flujo: línea recta, flecha, círculo, espiral o laberinto. Mas saben los filósofos que nuestra percepción del tiempo siempre es interesada. Esa es una de las trampas de la autoconciencia. Aunque sabemos que somos masas que deforman ese espacio-tiempo y que la aceleración de un cuerpo curva esa malla esencial, también sabemos que, para los humanos, tiempo es pasar el tiempo, perder el tiempo, no tener tiempo o pensar el tiempo.
Materia organizada: si miras tu mano o tu cara, hallarás pliegues ocultos, tramas numéricas, reacciones encadenadas.
Materia desorganizada: si miras tus arrugas y sientes tus dolores, descifrarás el lenguaje del desgaste y la erosión.
Materia consciente: si miras tu mirada, te reconocerás como ser pensante que atraviesa el espejo para no volver.
Los senderos creativos nos sirven para acabar con el aburrimiento. Todas las vanguardias artísticas del siglo XX han intentado aniquilar la monotonía adormecedora del capitalismo y la sociedad de consumo. El aburrimiento del que hablamos es sinónimo de alienación, de cosificación o de embrutecimiento. Cada uno a su manera, desde el cubismo al arte conceptual, todos han concebido el arte como una forma de erosionar la maquinaria del tedio. Han retorcido la materia para definir nuevos territorios, ajenos a la rutina mercantilista, ajemos al hastío de nuestras mentes. Las vanguardias anhelan situaciones inesperadas, conscientes e inconscientes, situaciones que alteren el orden establecido. No concebían un arte que no fuera subversivo.
Eres la espiral de los días: tu huida carece de sentido si es sólo huida.
Eres el bucle de los días: jamás saldrás del laberinto sin la conciencia poética del desastre.
Eres un maldito roedor enjaulado en un reloj de arena: si huyes del juego de las tardes, nunca conocerás la esencia de los ritmos y la pureza de las mañanas.
La revolución cultural consiste en una toma de conciencia: nos damos cuenta de que la maquinaria del tedio controla nuestros tiempos, los crea, domina nuestro ritmo vital para atrapar nuestras mentes. Si la obra de arte es un juego, actividad con reglas, entonces el tiempo es apresado por ese juego. La actividad artística se basta a sí misma. Quien entra en el juego poético no espera nada más, si es un verdadero poeta. El juego creativo y contemplativo pretende dominar los tiempos de espera, para acoplarnos a los ciclos naturales. Y la liberación implica la dialéctica entre autonomía formal y crítica de las estructuras de poder.
Deseas otras constelaciones: por eso escribes, pintas o cantas, porque esa sintaxis desmorona los viejos cimientos y atasca los engranajes.
Deseas otra anatomía: otros brazos, otras piernas, otro universo, otros estilos, otras formas de contar el derrumbe.
Deseas otros senderos, otras formas de pensar. Porque sabes que sólo la creación de tiempo no administrado puede ofrecerte libertad. Las artes y las ciencias, si son originales, arriesgadas, generan grietas en el hormigón del tedio diseñado por la clase dominante.
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