martes, 16 de abril de 2019

NOTRE DAME



El incendio que destruyó ayer gran parte de la catedral de Notre Dame de París nos recuerda la fugacidad de las cosas, incluso de aquellas que creemos más estables. A poco que nos descuidemos se destruye nuestra memoria igual que se desvanecen los ideales, con un último suspiro, para bien y para mal.
Aprovecho para traer aquí una balada del poeta François Villon, nacido en París en torno a 1431, contemporáneo de nuestro Jorge Manrique. Lo que sigue es una traducción mía, un poco retocada para darle un estilo más actual. Se la dedico al gallo que observaba la vanidad humana desde su atalaya en la punta de la aguja hoy desaparecida. Ese gallo contenía al parecer tres reliquias, una espina de la corona de cristo y dos fragmentos de los restos de San Dionisio y de Santa Genoveva, a modo de pararrayos espiritual.
La ballada decía así:
Incluso el papa, con su santa estola, muere como aquel siervo, exhalando un último suspiro. El viento se lo llevó.
También al Emperador de Constantinopla, con su pulsera de oro, y a aquellos reyes y gente noble que, para honrar la grandeza divina hicieron construir catedrales, iglesias y conventos, por muy honrados que fueron en sus días, el viento se los llevó. A los ricos señores, a sus hijos mayores y a sus amigos, por mucho y muy bien que llenaron sus bocas, el viento se los llevó. Los príncipes están destinados a la muerte, igual que todos los que un día vivieron; les gustase o no, el viento se los llevó.

Juan Manuel López Muñoz

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